Abrió la puerta él. Eso no me gustó.
La casa estaba vacía, no estaban los chicos.
Tenía una mala sensación, algo había pasado.
Pase, lo estaba esperando. En realidad a más de uno, pero en fin, creo que así está bien.
Si gusta puede tomar asiento.
Nadie entiende qué eso era lo que debía hacer, era necesario.
Quiero que le quede claro que no soy ni estoy loco.
Y para que usted lo entienda yo me voy a sentar a explicárselo, con paciencia, quizás le permita hacerme alguna pregunta, pero no me gusta que me interrumpan.
No porque me importe lo que usted piense y discúlpeme si lo ofende tanta sinceridad, pero estas aclaraciones van desde mi respeto, ya que usted fue el que vino a buscarme.
Me sentí perturbado por su presencia.
Me senté, estaba incómodo a pesar de que la casa era cálida.
Las paredes estaban recubiertas de madera pintada de un color pastel. Había cuadros, y plantas.
Él seguía hablando.
Yo me casé y engendré dos hijos, lindos, ruidosos y sanos.
Ningún loco podría tener hijos tan sanos como los míos, eso téngalo en cuenta.
Bueno, ella nunca me entendió, nunca entendió por que me casé. En realidad, porqué no me quedé con ella.
No me hablaba a menos que fuera necesario. Y siempre era necesario marcarme el camino cuando no hacía las cosas bien.
A veces, debo admitir, que lo hacía a propósito. Era la única vez en que sus ojos me miraban con tanta pasión y sus manos, aunque duras como látigos, tocaban mi piel.
Cuando se iba, quedaba tendido en el suelo, quizás llorando, quizás riendo, quizás ambas, no me acuerdo. Pero subía rápido las escaleras, frenético y me masturbaba.
Estaba enamorado, pero no la entendía, no hasta que conocí a Susi.
Susi era distinta.
No me interrumpa, por favor.
Susi era lo opuesto, era cálida, demostrativa, quizás más de lo que me agradaba.
Me identifiqué, ella era yo y por eso me volví ella.
Yo la quería, por eso me preocupaba porque fuera perfecta, por eso cuando se equivocaba yo le marcaba el error. Como ella, que me amaba. Para yo poder amar a Susi.
¿Cómo?, me pregunta, bueno, quizás usted no lo entienda, pero yo se lo voy a explicar, educar no es un tema fácil. Entienda que yo no soy violento, pero como a los hijos uno les da alguna paliza para que aprendan algo, uno debe hacerlo con su mujer. A la mujer hay que educarla. Aparte cómo se la iba a presentar si era un desastre. Susi tenía que mejorar antes de conocerla. Tenía que ser como ella. Si no qué iba a pensar de mí.
Me estaba conteniendo para no abalanzarme sobre él, todavía no me había dicho nada de Susi, de dónde estaba.
Quise preguntarle en ese momento en que hizo un silencio, pero enseguida me paró.
Yo entiendo que usted quiera hacer sus preguntas sobre esta noche, pero no voy a permitirle que me juzgue sin antes entenderme.
En principio le quité la cena, Susi era gordita.
Le hice estudiar geografía, a ella le gustaba viajar, entonce Susi tenía que conocer el mundo.
Estaba más delgada pero sus uñas eran amarillentas y sus dientes también, a lo mejor fumaba más. Quité la comida de la heladera, encerré las galletitas de los chicos en la alacena. Sabía que algunas noches se escapaba para comer algo, por eso lo hice, logré que sus pechos se achicaran como pasas de uva y su cara se chupara, en un momento pensé que nunca lograría sacarle esas ubres de vaca que tenía.
Su expresión se endureció por los chicos que la sacaban de quicio, se irritaba con facilidad.
Sus ojos se agrandaron, podía verme en ellos. Me hacían acordar a los de ella cuando me pegaba.
Sus besos me resultaban desagradables, olían a vómito y cigarro, la hice bañarse de mañana y de noche, pero el olor no cedía, me obligué a no besarla más, y que los chicos tampoco lo hicieran.
De verdad era desagradable, se lo aseguro.
Aprendió a maquillarse, lo hizo porque la gente hablaba y ella sentía que debía esconder su palidez porque no le gustaba. Está bien, esas son cosas de mujeres, seguro entiende, su mujer debe hacer lo mismo, si es que usted está casado. Las mujeres siempre ven sus imperfecciones con ojos exigentes. Pero Susi ahora era más elegante, como ella, no me daba vergüenza salir con Susi, no ahora, pero faltaba.
La hice vestirse mejor.
Él seguía hablando pero yo no lo toleraba, era repugnante verlo tan tranquilo con cara de suficiencia, esos ojos grises, pequeños, insolentes, calculadores.
A Susi la vi en los pasillos del colegio Santa Unión, en esa época tendría unos 16 años.
Desde ese momento busqué acercarme a ella. Le hablaba siempre que podía y llegué a ser su amigo.
Tenía una figura maravillosa, llena de curvas y sus rulos color caramelo se movían al compás de su caminar.
Y sus tetas, no eran ubres, Dios, eran tiernas, blandas, sedosas, todavía recuerdo sus sabor en aquella noche de verano, donde borrachos, consumí mi pasión entre sus piernas.
Pero Susi salía con un muchacho más grande que nosotros.
Al día siguiente me encontré sangrando con la nariz rota y amenazado de muerte por el noviecito celoso. Creo que debo haber elegido mi profesión en ese momento.
En fin, Susi me dejó de hablar y nos graduamos.
Lo último que me había enterado de ella es que se había casado.
Hace poco la había vuelto a ver por el pueblo, llevaba unos lentes, estaba muy flaca, era casi un fantasma y sus pechos no eran los de antes, de hecho pensé que no era Susi. La saludé y noté moretones detrás del maquillaje, parecía enferma. Me preocupé, pero ella se enojó conmigo, me gritó con desesperación y rompió en llanto, entonces sospeché.
Noto un leve desprecio en su rostro cada vez que nombro a Susi, quizás deba empezar a relatar la historia desde donde puede interesarle a usted para su investigación.
De hecho creo haberme entretenido mucho con Susi, pero ella no cumplió con los objetivos. De hecho no terminó de lograrlo.
Ahora me va a entender, va a ver que yo tengo razón y que ella se equivocó.
Cuando le conté, le dije que ella no lo consiguió, que no alcanzó su belleza, que no puede ser elegante, fina, culta, yo juro que la obligué.
La obligué, la hice comer menos, la eduqué. Y cuando casi lo logra, ella… y ahí me interrumpió, nunca me interrumpía, jamás, para decirme que estaba enfermo.
Al principio pensé que era un chiste, cómo podía decirme una cosa así, cuando tanto tiempo le dediqué, para que Susi fuera perfecta.
Pero ella lo negaba, dijo que le había hecho mal, que la había lastimado, que cómo era capaz de hacer eso con la vida de una persona.
LOCO, me dijo, me lo gritó más de una vez y con cara de espanto, nunca había visto su cara de espanto, me golpeó pero enseguida se alejó.
Y yo no lo concebí, que ella se alejara de mí, que no me mirara a la cara, a los ojos.
Yo solo quería demostrarle mi amor, que yo la amaba, que yo la adoraba, que era lo único importante.
No lo toleré.
Agarré el cenicero. Era de cristal, muy lindo, con puntas afiladas, bien trabajadas, era frío y pesado, lástima que se rompió cuando se lo estrellé en medio de su frente, lo más lindo fue que en ese momento yo volví a estar en sus ojos.
Se escuchó un fuerte sonido, llamaban a la puerta.
Disculpe.
Él pasó por al lado mío pero yo estaba estático, horrorizado. Cuando pude respirar me encontré temblando, me sumergí en un odio profundo, en una rabia incontenible.
Primero la deformó, la desfiguró, le quitó el alma en vida para luego robarle el aliento.
¿Qué es esto? ¿Qué están haciendo? Suélteme.
Rápido fui hasta la puerta, esperando encontrarme a Susi, pero lo primero que vi fue a un batallón de policías.
Señor Segundo Gutiérrez, usted está siendo detenido por el homicidio de la señora Eleonora Rucci de Gutiérrez. Recuerde que todo lo que diga podrá ser usado en su contra. ¿Entiende usted lo que le estoy diciendo?
Miré desconcertado a Segundo y él me miró a mí.
¿Usted no es policía?
¿Dónde está Susi?
Hijo de puta, me mentiste.
Y la policía se lo llevó.
Autor: Julia Rieb Masanti